El aforismo se inscribe en una tradición milenaria que atraviesa las más diversas culturas. Se encuentra tanto en los antiguos griegos, como en los persas y las tribus aborígenes de África. Es un modo de saber ligado a una dimensión práctica, un decir para hacer.
Es la voz de la experiencia frente a la irrupción del acontecimiento. Saberes que hagan reconocible una circunstancia cualquiera, indicando para cada caso cómo se debe actuar, ese es el fundamento del aforismo.
Que nuestro modo de ser contemporáneos haya excluido del lenguaje a esa forma de enunciar, no significa, como se ha postulado, que seamos sujetos sin experiencia. Al contrario, tenemos una experiencia tan vasta que ya no resulta necesario que se localice en nuestro lenguaje, sino que es el propio mundo en el que vivimos quien carga con ella. El verdadero desafío de estos días, entonces, no consiste en desplegar modos de saber para enfrentar las situaciones inesperadas, sino, por el contrario, poder alcanzar el verdadero acontecimiento.
Para ello, en lugar de aforismos, el saber pragmático debe producir antiaforismos, es decir, enunciados que rarifiquen la experiencia, que denuncien su arbitrariedad, dando cuenta de las posibilidades cercenadas. Ya no se trata de alcanzar modos de actuar que den respuesta a las exigencias del mundo, sino de modificar el mundo para que puedan proliferar distintos modos de ser. Pertréchese, entonces, lector, de estos antiaforismos que le ayudarán a percibir la insoportabilidad de un mundo cada vez más chato, invitándolo a abrirlo a acontecimientos tan inesperados como liberadores.
§ 1
Vivimos atrapados en el dispositivo de la exposición. Para ser, tenemos que aparecer. Se nos exige expresar nuestras opiniones, exhibir nuestros cuerpos. Por eso, quien maneja los medios a través de los cuales nos mostramos, nos gobierna.
§ 2
Pero, ¿hay un quién? La paradoja del dispositivo de la exposición es que, por primera vez en la historia, los dominadores también son explotados.
§ 3
El dispositivo es el medio que canaliza su propia fuerza. Por eso, ya no está en el medio, sino en todas partes y su expansión es equivalente a su aplanamiento.
§ 4
La única dualidad que se mantiene es la de los datos que generamos sin saberlo y la imagen que es su anzuelo. El dispositivo de la exposición funciona sólo si la imagen es traducible en los datos que multiplican esas imágenes que nos atraen para seguir generando los datos que nos controlan.
§ 5
La traducción nunca fue un tema de sentido, sino de violencia. Sólo es posible hacer coincidir palabra con palabra, oración con oración, párrafo con párrafo, libro con libro, si el lenguaje ya está reducido a los datos que funcionan como ejes de la significación. El dispositivo de la exposición nos hace hablar, nos exige hablar, nos premia si hablamos. Siempre y cuando lo hagamos de manera tal que quedemos enredados en la traducción maldita.
§ 6
El dispositivo de la exposición lleva al extremo la premisa de que nada debe permanecer oculto. Ya no se trata solamente de desmentir el orden regido por el secreto, sino de hacer de la práctica de la exposición el único principio de la acción. Así, aquello mismo que cifraba a los hombres como iguales, hoy los revela miserables.
§ 7
No hay un yo por fuera del dispositivo, sino que la subjetividad es un efecto que producen las sucesivas apariciones. Hay un índice de variación, pero el eje que lo regula es el engranaje condicionante que nos vuelve imagen. Somos una imagen construida con los retazos que expele la máquina que nos atraviesa.
§ 8
Por estar completamente atentos, perdimos la duración. La unidad de medida es la intensidad del flujo. La imagen se transforma en un letrero luminoso, pero lo que anuncia es el mismo flujo que la vacía de contenido. Donde dice imagen, póngase sujeto y se tendrá el retrato del siglo XXI.
§ 9
El dispositivo de la exposición no expone un yo. Anuncia el flujo que destruye a ese yo, convirtiéndolo en el anuncio del flujo que lo destruye.
§ 10
El intercambio mercantil fundó el concepto de hombre, porque cuando los sujetos creían estar intercambiando bienes según su valor, estaban igualando abstractamente su trabajo singular. El dispositivo de la exposición se sustenta en ese modelo, pero invirtiéndolo: si el valor de cambio cuantificaba un tiempo genérico, el valor de exposición cualifica un tiempo intenso, es decir, la capacidad para mantener la atención. Así, mientras se cree intercambiar cualidades humanas, lo que se está generalizando es el no-hombre que se hipnotiza con el flujo abstracto.
§ 11
La única diferencia que persiste entre los no-hombres es la de los que viven en la imagen y los que no tienen imagen. Ambos se erigen sobre los mismos supuestos, sólo que unos son su expresión directa y otros su expresión indirecta. Ya no vivimos en una sociedad de trabajadores, sino de indigentes, en el pleno sentido de esa palabra.
§ 12
La vida no-humana, aquella que el nazismo produjo como una excepción, es el supuesto positivo en el que se funda el dispositivo de la exposición.
§ 13
Con la caída de la idea de hombre, deben reformularse todas las categorías asociadas a ella. Voluntad, por ejemplo, no significa lo que el hombre quiere, sino la canalización de su fuerza natural hacia la mera reproducción del dispositivo.
§ 14
Ya no hay cuerpo como supuesto. Su lugar deja de ser lo oculto, que se desvela como verdad. Hay sólo fragmentos que construyen una dimensión plana, en la que vestido y desnudez coinciden, configurando la imagen de lo que no somos. El dispositivo de la exposición nos lleva a mostrar esos fragmentos hasta que ya no haya nada más que ver, nada más que ser.
§ 15
Lo que antes llamábamos cuerpo, ahora es una imagen. Pero no se trata de hacer la foto, de meter el cuerpo en la pantalla: la imagen ahora se ha introducido en nuestro cuerpo, convirtiéndolo en pantalla, carne cruda de la que se alimenta el cirujano.
§ 16
Un cuerpo desnudo en una pantalla es una redundancia. Atrapada en el dispositivo de la exposición, toda imagen está desnuda.
§ 17
Hace tiempo que no hablamos, pero nunca había habido tanta distancia entre la cantidad de enunciados y la vacuidad de sus contenidos. Carita, me gusta, me calienta, me indigna. Carita, me gusta, me calienta, me indigna. ¿Se dice algo más? ¿Se dice? Somos dichos, pero ya no por el lenguaje, sino por el vómito de una máquina que completa la oración, inhibiendo el deseo.
§ 18
El dispositivo de la exposición logró embotar el lenguaje. El género discursivo todavía admitía la posibilidad de su intervención, de la huída por sus márgenes. Formar y deformar eran dos caras de la misma moneda. Ahora, con la forma deformada, se puede decir todo, se debe decir todo lo que se pueda, para que en el inmenso murmullo ya no se diga nada.
§ 19
Ni morir ni dormir: callar. Shakespeare ha muerto.
§ 20
Sólo cuando la sinapsis pudo ser dicotomizada, nuestro pensamiento fue reemplazado por el algoritmo. Y ahora resuena la cantinela que defiende la libre elección. No saben que las opciones fueron establecidas de antemano: 0 o 1. Ese es hoy nuestro mundo.
§ 21
Vemos un video de Tiempos modernos y nos reímos de la cinta de montaje. Falso. No nos reímos: escribimos “jajaja”. Ponemos “me gusta” y, antes de que termine, pasamos a otro posteo. Ahora sí hay risas verdaderas: es el dispositivo de la exposición que se ríe de cómo introdujo la cinta de montaje en nuestro cerebro, que ahora se llama dedo gordo.
§ 22
Es cierto que la idea de pensamiento ligada al cógito es tan falsa como eficaz para fundar la supuesta autonomía del sujeto moderno. Pero, hasta no hace mucho tiempo, podíamos llegar a comprender algo de un funcionamiento que nos excedía. Hoy esa tarea resulta imposible, porque el dispositivo es incomprensible. Por eso, más que entender, el desafío consiste en destruir.
§ 23
Ya no son el lenguaje y el cuerpo nuestros límites. Sólo descubrimos el secreto de la estructura biopolítico-semiótica cuando el asunto comenzaba a pasar por otro lado. Sólo por eso se les hizo evidente a los constructivistas, cuya propuesta aceitaba el dispositivo de la exposición. Denunciando la construcción arbitraria, erigían otra más silenciosa, porque estaba poblada de palabras; más invisible, porque multiplicaba las imágenes; más fascista, porque se fundamentaba en la supuesta igualdad. Se creían críticos del poder y, mientras fundaban su yo, inoculaban microscópicamente los virus que todavía nos enferman.
§ 24
“¡Diversidad!”, gritó el constructivista. “Respetá lo que cada uno es”, afirmó con seriedad. “De acuerdo”, respondió el dispositivo de la exposición. “Sólo que la respuesta a lo que sos, te la daré yo, depositándola por goteo en tu celular”. Y el constructivista se fue como un perro, hundido en la pantallita que desde entonces fue su punto de sujeción.
§ 25
¿Cómo desarmar el dispositivo de la exposición sin quedar atrapado en sus redes? No se trata de permanecer oculto, recuperando el recato del viejo dominio. Tampoco de apelar a la corporalidad, ya atravesada y aniquilada mil veces por el poder. Hay que revelarlo, mostrar su funcionamiento, evidenciar sus artimañas. Darlo vuelta para que sea visible lo que no deja ver.
§ 26
El sujeto es siempre el efecto, un reflejo de la máquina que lo atraviesa, lo que no impide interferirla, acecharla, fugarla, inventando nuevos modos, nuevos efectos. ¿Cómo asumir, en el efímero instante en el que salta una chispa que nos permite decir yo, un punto de apoyo para desarmar esa falla y promover otras menos diabólicas?
§ 27
Encontrar en el vacío, ya no el pánico, sino la risa ingobernable del instante en el que la imagen se singulariza, el discurso se afila y todo estalla.
Texto de Diego Ezequiel Litvinoff