En el vínculo entre imagen y política, no podemos escapar a la manera en que el PRO, Cambiemos, se expresa. La vida como una constante, eterna, campaña, prometiendo un futuro promisorio que nunca llegará a la vez que cada palabra emitida, cada imagen presentada, celebra una promesa y solicita un esfuerzo. En síntesis, creo que no estoy diciendo nada nuevo.
Sin embargo, entiendo que para comprender un poco mejor que hay detrás del globo amarillo debemos adentrarnos en la forma Pro. A dos años de la llegada de Balcarce al poder (¿qué habrá sido de la vida de ese perro?) los debates por comprender a Cambiemos se dan por dos caminos que en ocasiones quedan escindidos: el contenido y la forma. Se discute asiduamente qué tipo de derecha, de neoliberalismo o republicanismo es, cosa que no quiero debatir aquí, y también se critica la forma en que presenta todo ello; es decir, no las formas políticas sino su marketing. Así, si en el siglo XX la guerra total fue un término político en boga; en el XXI, en el mundo Pro, el término podría ser el de “campaña total”.
Me remito entonces a una lectura hecha para tratar de comprender a quién tenemos enfrente, me refiero Jaime Durán Barba. A primera vista genera rechazo, en una segunda también, pero creo que su lectura se vuelve ineludible para comprender este fenómeno de campaña total.
No quiero hacer aquí una hermenéutica de “La política en el siglo XXI” cuyo subtítulo es “Arte, mito o ciencia”. Bien podríamos hacer una contralectura a partir de estas tres nociones pero no es ello lo que quiero hacer sino que me interesa señalar unas breves cuestiones.
El libro de este pretendido Maquiavelo de la Argentina del siglo XXI, co escrito junto a Santiago Nieto, intenta continuar el camino recorrido en la obra anterior, “El arte de ganar”, que dicho sea de paso la pregunta que me asaltó al leerlo fue, justamente, ¿cómo gobernar en estado de campaña constante? Aquí expande su área de incumbencia para colocarse como un verdadero intelectual. Mi abuelo hubiera dicho que es un hombre leído… Es que para demostrar su sapiencia, Durán Barba nos expone complejas proposiciones de la filosofía analítica, filósofos clásicos, neurocientíficos, psicólogos, etnólogos, epistemólogos y muchos logos más. En otras palabras, el ecuatoriano aspira posicionarse como un verdadero oráculo. A esto también se le suma sus conocimientos sobre arte, redes sociales, rocanrol y marihuana. Pero ¿todo ello para qué? Para demostrar que el paradigma clásico de la política ha caído en desuso, que las ideologías ya no sirven más, que nadie se moviliza, a excepción de algunos fanáticos o nostálgicos, por ellas, que los grandes líderes son cosa del pasado.
En la nueva política afirma que prima el pragmatismo, que la gente se cansó de la política vieja y que ahora busca otra cosa. Por supuesto, él es el que mejor sabe lo que la nueva política es.
El segundo propósito de su libro es demostrar que existe una ciencia rigurosa: la que él practica. La consultoría política que él lleva adelante se basa en saber lo que la gente quiere, en encuestas “objetivas”, en el análisis de grupos “objetivos”, en las estrategias y en el respeto al elector.
Resulta curioso que en su discurrir en torno a la opinión pública, en su historización simplona, el rol de los medios o el apoyo de los medios concentrados a determinado candidato ocupe un lugar menor . Así, en su pretendida demostración de conocimiento no hace sino vagas generalizaciones.
El libro debe ser leído por todos ya que resulta también un buen indicador de la dirección pretendida, del weltanschauung, del mundo Pro. Como mencioné, sugiere, entre otras observaciones que ya no hay ideologías, o mejor dicho, que abrazar una ideología resulta ser nostálgico. A la nostalgia de algunos la opone coronando a la libertad individual absoluta; de este modo, no acepta advertir que su pragmatismo ideológico no es sino una ideología (que incluso algunos pragmáticos clásicos rechazarían). Las amables palabras de Durán Barba, el pensamiento “evidente-simple” no es sino el necesario para un el estadio actual de la concentración capitalista.
Quizá su “diagnóstico social”, sobre todo el que realiza acerca de las nuevas formas de vínculos a través de las redes sociales, puede resultar acertado; sin embargo, lejos está de llevar adelante una crítica al respecto o incluso analizar formas de disidencia en las redes (no hay tampoco una revisión crítica al uso de los trolls como forma de hostigamiento político). Es que en La política en el siglo XXI hay un rechazo no explícito a toda forma de pensamiento crítico. Si los autores dan lugar a pensadores críticos recurren al mismo procedimiento: “demostrar” que son parte de un pensamiento arcaico y que en el contexto actual no tienen cabida.
Aunque el libro no se plantee colocarse en un plano académico –de hecho hay un claro oposición a cualquier tipo de academicismo– lo cierto es que sus páginas se mantienen en un registro descriptivo. O para decirlo de otro modo, las cosas, el estado de las cosas, son así, son dadas por sentadas y en el discurrir no hay explicación ni desarrollo de causas y efectos. En ese rechazo a todo tipo de historización, esa aversión a la historia, no sólo es característico de Durán Barba sino una la matriz epidérmica de Cambiemos. En esa dirección, y en un plano (no tan) simbólico, esta perspectiva se visualiza en los nuevos diseños de los billetes donde se eligió cambiar a los próceres históricos por la fauna argentina.
Se ha dicho por ahí que Durán Barba es una especie de Maquiavelo del siglo XXI. Desde ya que el consultor no es Maquiavelo ni Macri un Medici. Ahora bien, si El Príncipe fue escrito para Lorenzo de Medici, ¿a quién le dedica Durán Barba sus consejos? Aunque no haya una dedicatoria al inicio del libro, en las últimas páginas del mismo se lista los agradecimientos. Resulta así sugerente observar que si bien a lo largo de la obra Durán Barba afirma que “habla con todo tipo de políticos”, en los agradecimientos se señala a una serie de personas con las que han discutido el manuscrito y con la que los autores han trabado amistad y trabajo, siendo los mencionados Macri, Vidal, Avelluto, Rodriguez Larreta, Peña, Alejandro Rozitchner, entre otros. Pilar del think tank macrista, el libro presenta la realidad que el Pro desea ver, una especie de profecía autocumplida.
Ahora bien, en sus dichos, en su visión de “campaña total”, Durán Barba no repara ante la emergencia de los deslices freudianos o, si se quiere, de lo “real”. Me refiero a los momentos en donde el guión, la puesta en escena, entra en crisis y las figuras-Pro deben actuar, accionar y, sobre todo, hablar desde su propia voluntad y conciencia. En La política del siglo XXI la pose manda, desplazando lo espontáneo, lo instintivo, las pasiones.
En su demostración de sapiencia, la visión que desarrolla sobre la opinión pública resulta parcial y tendenciosa, utilizando a los autores y mentores que le permitirán sostener su pretendida rigurosidad científica. Olvida, o mejor dicho, margina (ni los confronta) a autores que alzaron su voz y pluma en forma crítica a esa noción. Pierre Bourdieu, por ejemplo, ha dedicado numerosas intervenciones a este tema, sugiriendo pensar cómo se genera determinado efecto de consenso en los medios de comunicación como también las deficiencias metodológicas de las encuestas de opinión.
Finalmente, creo que hay una pista más para comprender la posición ideológica, aunque no reconocida con esa noción, de Durán Barba y junto a él la del mundo Pro; la clave de ello, a mi modo de ver, se encuentra en el título. Si reparamos la extensa lista de autores que se mencionan en el libro, veremos que los cientistas políticos ocupan un lugar menor. Si es la política en el siglo XXI lo que Durán Barba pretende discutir, ¿qué entiende, qué entienden, por “la política”? Si con este término concebimos sus prácticas convencionales, es ahí donde podemos comprender la base de la “campaña total”, en las formas de hacer política como en la generación de consenso. Pero Durán Barba no pasa un límite, una frontera, se mantiene en ese nivel, en la política, y no brinda una concepción de lo político; es decir, no da cuenta de los modos en que se instituye la sociedad. Como señaló Chantal Mouffe, lo político es un espacio de poder, de conflicto y de antagonismo, y es eso lo que Durán Barba no alcanza a ver, lo que el Mundo Pro no concibe. Para éste, el conflicto es oposición y no constitución de lo social.
En las páginas de La política en el siglo XXI el conflicto es cosa del pasado, es viejo, es para los nostálgicos. Sin embargo, el conflicto se profundiza más cuando éste no es reconocido, cuando es escondido. Lo político, entonces, lo que el Pro se niega a comprender, no es ni viejo ni nuevo, es siempre contemporáneo.
Texto de Lior Zylberman