Plagio y Vandalismo I

Falsear, robar, mentir, destrozar. No hay moral en el arte. Aunque hay un arte moral. Como una critica e historiografía del arte moral, incluso la pretendida amoral. Destrozar, falsear pues como retórica del hacer, del narrar, del teorizar más por acumulación que por sistemática académica forma.

Plagio y Vandalismo, proyecto de Sebastián Linardo, es esa apuesta. La de una ética burlesca que funde las condiciones de emergencia de un arte que surja de los restos, de lo que queda, una vez que la máquina legitimadora hizo su trabajo, y se aleja con cielo celeste y cuervos revoloteando.

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El 21 de mayo de 1972 a la mañana, Lazlo Toth arremetió a martillazos contra La Piedad, la famosa escultura de Miguel Ángel que está en el Vaticano. Se acercó con un martillo y empezó a pegarle en la cabeza a la imagen de la Virgen María que tiene a su hijo muerto en su regazo. Destruyó el brazo izquierdo y una parte grande de la cara de la Virgen. La escultura estaba en un pedestal, a mayor altura del piso que otros objetos pero accesible, no como ahora. Después de dar varios golpes, Toth fue bajado de los pelos hasta tirarlo al piso y sujetarlo. Mientras lo arrastraban, gritaba que él era el hijo de Dios. Debió ser un momento muy intenso para todas las personas que estaban ahí. Horas después del ataque, a la noche, los Canónigos de la Capilla de San Pedro realizaron una procesión hasta la Capilla de La Piedad cantando un Miserere.

Días después, el Papa Pablo VI visitó el lugar con la escultura vandalizada. Los pedazos de mármol que representaban la mano y los dedos ya habían sido juntados y guardados prolijamente en cajas. El pedazo más grande que antes era el brazo derecho estaba apoyado con cuidado contra un lado del pedestal en una torción imposible. Faltaban unos fragmentos que un turista, que actuó rápido en el momento del ataque vandálico, se llevó como un souvenir y que a los pocos días devolvió junto con una carta de disculpas.

Pablo VI se horrorizó y lo expresó con gestos corporales codificados desde siglos por la liturgia de la Iglesia católica. Algo de satánico tenía la escena con los pedazos del cuerpo retorcidos y rotos, como en las películas de exorcismos.

Lazlo Toth fue sometido a pruebas psiquiátricas. Pasó seis horas reunido a solas con el secretario del Papa y la policía italiana inició una investigación para averiguar el motivo del acto de vandalismo. No alcanzaba con castigarlo, también había que entenderlo.

“Soy el hijo de Dios, ya se los dije. Esa obra que ustedes admiran, no me representa. Es un espejo de sus vidas no de la mía”, dicen que fue su única respuesta. Lo que habló con el secretario de Pablo VI nunca se supo.

Finalmente, las autoridades políticas, religiosas y artísticas entendieron que no había nada que hacer con este asunto, que no había manera de explicar lo que había sucedido. Esto era obra de un loco que no conectaba con esta realidad que consistía en creer y contemplar.

Toth había nacido en Hungría. Estudió geología y en algún momento se fue a escarbar la tierra de Australia. Más adelante, llegó a Roma. Quería hablar con el Papa porque consideraba imperioso que se revelaran los secretos de la Virgen de Fátima y el Papa era el único que lo podía hacer.

Se instaló en un albergue para estudiantes. Su compañero de habitación contó que no parecía Jesucristo pero que llevaba una biblia en el bolsillo todo el tiempo.

No se sabe casi nada de lo que pasó después de que atacara La Piedad. Parece que Toth fue encerrado en un manicomio y, después de un tiempo prudencial que sirvió para olvidar el asunto, fue deportado a Hungría. Dicen que todavía vive ahí, solo, sin poder recuperarse del derrame cerebral que, años después de la internación en el manicomio, le provocaron los electroshocks a los que fue sometido.

Consumado el hecho vandálico, se procedió a la restauración de la obra. Estuvo a cargo del Historiador del Arte y Director de los Museos Vaticanos el brasilero Deoclecio Redig de Campos. El diagnostico con el que comenzaron los trabajos de restauración fue el siguiente: quince fracturas, ocho astilladuras, dos rasguños y tres grietas. Faltaba parte del lagrimal y el párpado del ojo izquierdo. La nariz estaba rota en tres fragmentos y habían rasguños en la cara y en la nuca. El brazo izquierdo no era ya parte del cuerpo y la mano izquierda no estaba unida al brazo. Los dedos estaban partidos, pulverizados en algunas partes y separados de la mano. Todo esto resultado de los golpes con el martillo de Toth, su martillo de geólogo.

El acto de restauración, gemelo maldito del vandalismo, procura volver las cosas a sus lugar. No soportamos que las obras estén rotas, las tenemos que arreglar, las tenemos que reconstruir para que sean igual a la imagen que hemos construido de ellas. En este sentido, la restauración es una actitud nostálgica que quiere recuperar un pasado que ya no existe y, probablemente, nunca haya existido de una manera exacta, aunque también hay otras ideas sobre la restauración que proponen otras cosas.

En la década del 90, un grupo de artistas vinculados al llamado Arte correo que usaban el nombre de Karen Elliot reivindicaron el acto vandálico de Toth. En contra de la idea de la obra maestra que consideraban elitista porque establece jerarquías, cristaliza las relaciones basadas en propiedad individual y atenta contra la idea de comunidad, definieron al martillo de geólogo de Toth como un martillo suave que atacó el marmol, la carne representada a diferencia de (por ejemplo) poderosos criminales de guerra que golpean sobre personas. Karen Elliot vio en la acción de Lazlo Toth un ataque a mucho más que una escultura, pensaron en un acto revolucionario que martilló un tipo de vida que ellos detestaban.