Escenas de festival – Notas sobre Contracampo

Pasan los días y la marea de lo que fue Contracampo –el sutil, sincrético nombre con el que bautizaron al encuentro de cine exclusivamente nacional, programado en paralelo al (Oficial) Festival Internacional de Mar del Plata–, no baja.  

Escenas de festival

Cuando el sábado 23 de noviembre, a las 22.30, entré a la Sala Enrique Carreras, en la calle Entre Ríos al 1800, de Mar del Plata, intuí que lo que se estaba viviendo ahí adentro iba más allá del cine. Dicho en criollo: “¿Pero qué carajo es esto?”, fue lo primero que me pregunté.

Dado que hago uso y abuso de mis dudas, mal sospeché que la emoción que me invadió apenas me senté en la fila 10 junto a Andrés Zsychowski, amigo, gran poeta platense, se fundamentaba en dar con ese hilito de luz que vengo (¡venimos!) buscando desde más o menos diciembre de 2023 a esta parte. Pensé que era eso, sinceramente. Pero no. Pasaron las horas, los días, las semanas, y el impacto de la realización de Contracampo crece. Por ahora, en notas en medios masivos de comunicación, en blogs especializados, en redes sociales.  

Antes de pasar a los ejemplos que ilustran las repercusiones de Contracampo en distintos ámbitos públicos, quisiera graficar el clima que se vivió esa noche –y que según otras crónicas se sostuvo en cada una de las jornadas–, en un precioso anfiteatro de la Costa Atlántica, como mucho más que un punto de encuentro de gente convocada por un interés en común, tal como suele pasar en un estadio de fútbol –para alentar a un parcialidad y vilipendiar a la contraria– o para darle una mano en la Casa Rosada y alrededores, a quien estaría escuchando una voz canina, aparentemente supraterrenal, que le susurraría entre sueños que es el topo que ha sido designado por Las Fuerzas del Cielo (las mayúsculas no son del autor de esta nota), bajo la consigna de destruir al Estado desde adentro. En fin…  

Decíamos: a partir de un interés común –en este caso, el cine nacional–, se reunieron miles de personas durante cinco días para defender la histórica producción cinematográfica. “Contracampo  es una acción política concreta que responde a un estado de la cuestión específico, a una situación de emergencia y a un contexto hostil para el cine argentino”, lo describieron los propios organizadores, y a quienes saludamos con suma gratitud desde esta columna. La respuesta del público superó las expectativas. De ahí que se respirara un clima similar al que se respira en una de esas marchas multitudinarias de buena convocatoria. Fue como –y sé que puedo pecar de exagerado–, encontrar caras amigas en una trinchera.   

Muy a diferencia de lo que se olfateaba en las proyecciones del Festival Oficial –puntualmente en el Espacio Chauvin, en el Teatro Colón y en las salas del complejo Aldrey–, en la previa a la presentación del sábado 23 de “Filmoteca en Vivo”, el ciclo inaugurado por Octavio Fabiano y Fernando Martín Peña, el murmullo de la Sala Carreras denotaba una alegría contenida. Un respiro.

Para colmo, lo que ahora traían Peña y Carlos Müller, responsable de Dynamo, un cineclub marplatense, fue Breve cielo, de David J. Kohon, con Alberto Fernández De Rosa y una jovencísima Ana María Picchio, que en el Festival Internacional de Cine de Moscú de 1970 se quedó con la terna al premio a la mejor interpretación femenina, dejando atrás a Sofía Loren (So-fí-a-Lo-ren). 

Digresión: la escena en la que Picchio se ducha en un almíbar de lata, justifica salir en busca de esta obra maestra –“¡Obra maestra!”, gritarían en la medianoche de la TVPública, cuando Filmoteca estaba al aire y el programa era un refugio para esos espíritus inquietos–, disponible en YouTube, y en 4K, por cierto. 

Veamos, de momento, algunos comentarios sobre la experiencia Contracampo. Juan Pablo Cinelli, en su artículo publicado en Página/12 el 27 de noviembre pasado, escribió: “Del otro lado –aunque sus organizadores nunca la plantearon como enfrentamiento–, la muestra Contracampo se erigió como un espacio de encuentro, de diálogo, de (auto)crítica. Uno en el que no se pensó en las películas como un campo homogéneo en el que se le puede exigir lo mismo a cada una (el imperativo del éxito medido en cantidad de espectadores), sino como una suma de universos irrepetibles, cada uno con un público propio. Quizás esa lógica, la de entender a las películas a partir de aquello que las hace únicas, fue la razón por la cual todas las proyecciones de Contracampo se realizaron a sala llena, como ocurría con las de Mar del Plata hasta el año pasado”.

Fernando Martín Peña, en sus redes sociales, soltó: “Contracampo fue una experiencia fantástica. Me puse a disposición de lxs organizadorxs cuando supe del proyecto porque me pareció la forma adecuada (y aún muy rara) de pararse y hacer algo movilizador en lugar de quedarse pasmadxs mirando cómo pegan sin parar. Programé con el amigo Carlos Müller un puñado de películas del pasado que fueron recibidas con el mismo entusiasmo que las presentes. Cuando hay significante no hay pasado. Contracampo fue la expresión de un sentir colectivo: la mística que hace tiempo no se ve en el Festival de Mar del Plata desbordó cada día de Contracampo. Gente feliz participando y/u organizando un evento feliz que ratifica lo que el discurso oficial niega: la vitalidad del cine argentino de hoy, la vigencia del cine argentino de ayer. Hubo diálogo, además, otra instancia de la cultura civilizada que la actual gestión rechaza. Ojalá aparezcan muchos Contracampos, al menos hasta que ya no hagan falta”.

En el portal de Roger Koza, Con los ojos abiertos, Marcela Gamberini escribió: “Porque el Festival de Mar del Plata fue para mí siempre eso, la conjunción perfecta entre mar, amigos, colegas y cine. Me acerco despacio al Teatro Enrique Carreras, donde se desarrolla “Contracampo”; me saludan, a veces no sé quiénes son, si son colegas, exalumnos o gente de la organización. Me mareo un poco, ya no estoy acostumbrada a tanta felicidad. Retiro mis entradas que saqué con un abono y me tranquilizo, los lugares los tengo asegurados. Ojalá la vida sea eso, un reaseguro constante”.


En tanto, Ezequiel Obregón, para el portal Leedor, definió a Contracampo de esta manera: «Una de las postales que dejó el Festival de Mar del Plata fue Contracampo. Una muestra que, en verdad, ganó identidad propia y se posicionó como una genuina y contundente intervención estética y política”.

En dicho artículo, Obregón entrevista a Martín Farina, director de, por ejemplo, El niño oscuro (2024), en coautoría con Mercedes Arias, y uno de los organizadores de este festival paralelo. Farina es una de las personas que mejor describe lo que pasó en el festival Contracampo. Mejor dicho, de lo se percibía de función en función: “Y lo que pasa en Contracampo es que se nota una comunidad que quiere eso que pasa. Y está presente desde el primer momento y va creciendo mucho, en el sentido de la alegría de poder estar en un espacio en donde, como mínimo, la gente se quiere o hay un sentimiento de afecto que es real. Estrené mi película número trece y, realmente, nunca había sentido que el contexto era más importante que la película. La película no me importaba a mí en este caso y sí, en cambio, el contexto en el cual se mostraba y lo que viene a proponer ese contexto. Nunca una película está separada de su contexto y sus límites y posibilidades de recepción dependen casi absolutamente del contexto en el que sucede. Y este, en particular, le da un carácter que yo nunca había vivido”. Más claro, imposible.

 

En la nota firmada por Obregón, Farina también da pistas no sólo sobre cómo se gestó Contracampo, sino también acerca de la mirada comunitaria que tienen sus organizadores sobre el hacer del cine: “Nos juntamos diez personas en una productora y, entre los que estábamos, de alguna manera había lazos en común. Si bien no somos amigos entre todos somos conocidos. Sabíamos que varios nos habíamos expresado en redes sobre que este año no íbamos a querer mandar nuestras películas a Mar del Plata, que nos parecía un despropósito que cobren un arancel. Pero, más que cobrar, el sentido era expulsivo, algo vinculado al desprecio. Ese fue el motor de la convocatoria. Creo que lo que hizo posible que esta agrupación fuera exitosa es que todos somos muy laburantes, autogestivos en gran parte de nuestra manera de hacer el cine”.

Volviendo al clímax de la sala durante la noche del sábado 23 de noviembre de 2024, vale la pena subrayar la impronta juvenil del público, integrado, muy probablemente, por estudiantes de la carrera de cine o, de mínima, interesado por “la cosa audiovisual” y su devenir. Hace ya algunos largos años, allá por 2007, empujada por su inclusión en la banda de sonido de la película UPA. Una película argentina (de Tamae Garateguy, Santiago Giralt y Camila Toke), circuló una canción de Tomi Lebrero, cuyo estribillo repetía como un mantra la siguiente pregunta retórica: “¿Por qué seremos tan dementes / los chicos del cine independiente?”, que de alguna manera invitaba a verse en un espejo –que, por supuesto, incluía otras artes, otros escenarios– que reflejaba una cierta autocrítica hacia cierto snobismo. Bien… esa letra, hoy, a partir de lo acontecido durante Contracampo, se configura completamente, evidenciando otro tipo de posición (si es que efectivamente alguna vez la hubo) ante “lo dado”, generando una oxigenante reacción colectiva. Porque, además, en esa función del sábado 23 de noviembre de 2024, se estaba proyectando un film de ¡1969! Una vez más, las nuevas generaciones yendo a las fuentes. Sin esa continuidad, que este contra-festival propuso desde las bases, programando historia y actualidad –una actualidad de lo más diversa–, es imposible pensar en el DNI del cine argentino. Una ecuación perfecta, inevitable, que se impulsa en todos los rincones del planeta, menos desde el INCAA. 

En este marco, de sensaciones compartidas, no dejo de convencerme, varios días y varias noches después, que Contracampo fue más que Contracampo, en su aparentemente sencillo carácter de “encuentro de cine”. Quiero creer, necesito creer, que el clima que se respiraba en la sala despertó nuestro sentido de resistencia activa, festiva, ingeniosa, colectiva, contagiosa, nacional (en su sentido más sano). Porque, como muy bien señala Farina en esa misma nota: “La situación va a empeorar, está lejos de mejorar”. Y todo hace pensar que esa percepción irá mucho más allá de las pantallas.

Por Daniel Krupa.
Escritor, critico cultural.